TRANSIBERIANO

Junio 2017

TRANSIBERIANO

Junio 2017

Bienvenidos a Rusia

Pareja en la mezquita de Kul Sharif de Kazam

Día 1. Transiberiano.

Una vez más los dos a solas con nuestras mochilas. Atravesamos la puerta de la estación. Buscamos nuestro tren  en los paneles. En los andenes mucho movimiento. Todo está preparado. Estamos a escasos minutos de comenzar la ruta transiberiana. ¡Pasajeros al tren! Comienza el reto.

El transiberiano no es un tren. Es un trayecto que une Moscú con Vladivostok, en la costa rusa del Pacífico. Nueve mil kilómetros que puesen realizarse de forma continua en un tren o sacar varios billetes en función de las paradas deseadas. Tiene otras dos variantes en cuanto a su nomenclatura en función del destino: el transmanchuriano (hasta China) y el transmongoliano (hasta Mongolia). Este último será el nuestro, en el que realizaremos 5000 kilómetros.

Es un trayecto usado por los rusos para ir de una parte del país a otra, pero pocas veces escogido por turistas , sobre todo una vez que atraviesa los montes Urales.

Nuestro vagón, de cuatro camas, lo compartimos con dos mujeres rusas. En primer lugar apareció la que ocupó la litera baja. Y poco antes de salir, a pesar de lucir un sol espléndido,  se hizo la sombra en el compartimento. Acababa de llegar nuestra otra acompañante, de cuerpo complejo, que no dejaba resquicio alguno para el paso de la luz entre su contorno y el de la puerta. Estaba aquí, era Alexandra Eklipsova. Desconocíamos la estrategia que emplearía Alexandra para realizar su ascenso a la litera de arriba, sin escaleras, sin sistema de poleas ni artilugio de apoyo alguno. 

La Provodnitsa (casi todas son mujeres), azafata encargada de cada vagón, entrega a los pasajeros sábanas y toallas limpias, y vela porque todo transcurra correctamente. La cama es cómoda, más que las de nuestro último tren cama camino de Sapa, allá donde Vietnam se encontraba con China.

Primeros minutos a toda máquina. Primer destino: Kazan. Moscú se resistía a ser abandonado. Durante eternos kilómetros seguimos la dirección que implacables marcaron los raíles. Bosques infinitos de frondosos, finos y altos árboles y de tupidos arbustos que no dejaban ni un hueco para poder asomarse la tierra, nos acompañaron durante horas. Todo enmarcado por un claro cielo azul despejado, que se fue transformando en oscuro conforme pasaban las horas, hasta convertirlo todo en negro, en nuestra primera gran noche siberiana.

Durante el trayecto nuestras compañeras nos contaron que kazan era una de las ciudades más bonitas de Rusia. Nos dijeron que no debemos perdernos la fachada de su Universidad, centro selecto en el que estudiaron personajes históricos como Lenin o Tolstoi. Nos enseñan fotos de Moscú y nosotros a ellas las nuestras. Después intercambiamos unos dulcecillos y unas patatas hasta que el sueño hizo mella.

Luché sin éxito por no dormirme hasta ser testigo del ascenso de Alexandra Eklipsova a su litera. Me venció el sueño. Fue una pena, pues verlo probablemente hubiera abierto nuevos horizontes en el estudio de la forma en que los egipcios levantaron las pirámides.

Nuestro tren en la estación de Moscú

Provodnitsa en el transiberiano

Alexandra Eklipsova. Cristina mirándola sin verlo muy claro del todo.

Día 2. Transiberiano. Kazan.

Las provodnistas avisan treinta minutos antes de la llegada del tren a cada pasajero en función del destino de cada uno. Preparamos las mochilas y salí al pasillo a mirar por la ventana. Al momento apareció Vladimir, un simpático hombre de origen suso. A sus setenta y siete años hablaba un correcto inglés mediante el cual me explicó que había sido saxofonista y había recorrido el mundo trabajando en lo que había podido. Su hijo trabaja en Toronto como profesor de secundaria y su hija vivía en Kazan, igual que él. Se interesó por un montón de cosas, incluso por el problema independentista vasco, refiriendo que Kazan había tenido problemas similares con el resto de Rusia. Y mientras conversábamos, el tren paró. Rápida despedida (como serán todas en este tren) con Vladimir. Habíamos llegado a Kazan. Teníamos doce horas para visitarla antes de nuestro siguiente trayecto.

Al ir a la consigna a dejar los bultos para recorrer la ciudad más ligeros, nos informaron que la estación de la que saldríamos después era otra situada a unos 40 minutos en coche de allí. Nos dijeron que el autobús 53 nos dejaría en la puerta, y eso hicimos. Dejamos las maletas en la nueva consigna con ayuda del traductor de google y a la calle.

Kazan; capital de la región de Tatarstan, es una ciudad con historia.  Bañada por el señorial río Volga y su hermano pequeño Kazanska, es más antigua que Moscú. Su origen data del año 1000, perteneciente en aquel entonces a Bulgaria. En el siglo XIV fue conquistada por los mongoles de la mano de Genguis Khan y en el XVI arrebatada por los rusos a manos de Iván el Terrible, formando así parte de las tierras tártaras. Desde entonces ha habido problemática con esta región, en la que existen dos idiomas, dos monedas y dos banderas.

Desde que llegamos a Kazan nos dimos cuenta que los lugares que visitaríamos a partir de aquí serían diferentes, y por ahora para bien. Kazan nos causó una impresión inmejorable. Calles anchas y limpias poco transitadas con parques cuidados y gente amable. Sensación de seguridad. Algo similar a lo experimentado en algunos lugares de la selva negra alemana (Schiltach, Friburgo...) aunque quizás algo más monumental. Clima perfecto, unos diecinueve grados.

Un kremlin muy bonito en el que conviven la iglesia ortodoxa y la musulmana. La mezquita de Kul sharif otorga al conjunto una imagen única, con sus altas torres blancas coronadas por cúpulas azul turquesa que se ven desde lo lejos.

Justo detrás está la torre escalonada (e inclinada), enclave más antiguo del kremlin y desde donde dice la leyenda que la prometida de Iván el Terrible se arrojó el mismo día que contrajo matrimonio en una boda pactada no deseasa. A pocos metros de esta se encuentra la catedral de la Anunciación, lugar visitado por multitud de ortodoxos (me llamó la atención la cantidad de gente joven del lugar orando, siendo varios militares), que veneran a la virgen de Kazan con verdadera devoción. Su interior merece ser visitado.

En Kazan las torres con cúpulas bulbosas ceden parte de su espacio a los minaretes de las mezquitas, pudiéndose escuchar a los imanes orando con altavoces. Esta estampa me transportó al viaje que hace unos años realicé con mi amigo Javi a Mostar y Sarajevo. 

Hicimos caso a nuestras amigas del tren y nos pasamos por la Universidad donde Tolstoi y Lenin estudiaron (a este último lo expulsaron por su activismo político). Su fachada de estilo neoclásico es imponente. Y tanto nos impuso que nos echamos una siestecita de 20 minutos en los bancis de en frente.

Después paseamos por la calle Baumana, la calle más transitada, llena de vida, con músicos en cada esquina y repleta de tiendas y restaurantes. Allí comimos en una terraza y descansamos tras el paseo matutino.

Para terminar visitamos la catedral de Pedro y Pablo, uno de los templos cristianos ortodoxos más antiguos de Kazan, y algo dejada por fuera pero con una estructura llamativa muy ornamentada que no se asemeja a ningún templo de los que vi hasta ese día. Por dentro llama la atención la típica recargada y bella decoración de este tipo de iglesias rusas.

Hicimos tiempo tomando una especie de mojito mientras cargábamos las baterías y de nuevo a la estación. A las 20.08h sale nuestro tren al siguiente destino: Ekaterinburgo.

Kazán tiene algo que engancha. Es un lugar agradable y no dejará indiferente a nadie que lo visite.

Subimos al tren. Coche 11, camas 35 y 36. Justo en frente dos rusos que no hablan ni un pijo de nada en ningún idioma que no sea el suyo, lo cual no impide que comiencen a charlar conmigo sin parar. Yo digo q si a todo pero no capto nada. Ellos piensan que sí y siguen hablando. Menos mal que aparece  una mujer que habla algo de inglés y con ayuda del traductor del móvil nos explica que son un grupo de antiguos estudiantes de "Geomorfología" de la promoción de 1982 de la universidad de Kazan y que han tenido un encuentro todos en una casa rural en Arsk, en las afueras de Kazán. Lo mejor es que son de una ciudad del polo norte y van camino de Vladivostok, y de ahí hasta un lugar impronunciable en todo lo más alto del globo terráqueo, en la esquinita de arriba a la derecha... a tomar viento fresco... pero fresco fresco.

El día ha sido largo. Toca la segunda noche el tren. Salimos de Kazan con rumbo a nuestra siguiente parada, Ekaterinburgo, y de nuevo el mismo paisaje verde de ayer. Pronto oscurece. Se apagan las luces. A descansar.

En la estación de tren

Mezquita de Kul Sharif

Calle Baumana en Kazan

Kazan

Día 3. Transiberiano. Ekaterinburgo.

La noche no permitió verlo, pero acabábamos de atravesar los montes Urales. Llegamos a Ekaterinburgo a las 10:22h (hora de Moscú, hora local 12:22h). A pesar de que en nuestro trayecto siberiano habrá una diferencia horaria respecto a la capital de hasta 5 horas a medida que vayamos avanzando, la vida en los trenes y los horarios de todos los trayectos que hace el transiberiano siguen el horario de Moscú. En las estaciones existen relojes con los dos horarios, pero el que importa al viajero es siempre el de la capital.

El bus número 1 nos llevó al punto de inicio de nuestra ruta. Dispondríamos de diez horas para visitar la ciudad. Ekaterinburgo, cuyo nombre significa ciudad de Catalina, situada en la frontera entre Europa y Asia, es la tercera ciudad más poblada de Rusia con 1.2 millones de habitantes (Kazan tenía 1.1 millones). Fundada por Pedro I el Grande en la primera mitad del siglo XVIII como centro minero, fue ganando importancia hasta convertirse en el centro de referencia administrativo, cultural y científico de toda la región de los Urales. 

Ekaterinburgo se transforma en cada esquina. En unas encontramos viejos edificios desmoronados y en otras grandes rascacielos; en unas casas de madera y en otras enormes bloques de apartamentos. Bañada por las aguas del río Iset, el cual está canalizado en algunas zonas formando con sus parques y plazas una unidad con la urbe. Franquiciada y capitalizada recuerda algo a moscú, aunque con menos gente y caos. Da un aire a algunas zonas de Berlín. Es otra ciudad con encanto aunque más bulliciosa que Kazán. Los rostros de la gente se mezclan y van transitando a rasgos algo asiáticos, aunque sólo míninamente. Hay una línea roja que pasa por las puntos más importantes de la ciudad, y que sirve al visitante para seguirla y no dejarse nada atrás.

Ekaterinburgo fue testigo en Julio de 1918 del asesinato a manos de los bolcheviques del último zar de Rusia, Nicolás II, y de toda su familia, incluída su hija pequeña, la mencionada Anastasia en la página de San Petersburgo. Arrestados en la antigua casa Ipatiev, fueron ejecutados en su sótano, dando un giro a la historia rusa, sustituyéndose el escudo del águila bicéfala propio de la época zarista por la hoz y el martillo de la era comunista. Había llegado Lenin. Y después Stalin, Kruschev...

Boris Yeltsin mandó destruir la casa Ipatiev en 1971 para impedir que se constituyera en el lugar un mausoleo y un punto de peregrinación que venerara la época imperial. Pero en 1991 la iglesia ortodoxa santificó al zar Nicolás II y a su familia, construyendo (pues con la Iglesia toparon) en el lugar del asesinato en el año 2000 un templo ortodoxo que se ha convertido en el más importante de la ciudad y uno de los más conocidos del país: la catedral de la Sangre Derramada. De gran belleza exterior, en su planta baja se puede visitar una capilla, oscura iluminada sólo por velas y decorada con suntuosidad, donde impera el respeto y el silencio absoluto, que alberga unas lápidas con el nombre de cada miembro de los Romanov. Es justamente lo que los políticos se empeñaron en no conseguir, una especie de mausoleo en el que gran cantidad de personas profesan su fe y pasión a esta familia. La devoción de los rusos a la familia Romanov es increíble. Delante de la iglesia, una estatua recuerda a la familia junto a una cruz bajando las escaleras del sótano justo antes del fatídico desenlace. Junto a la capilla, un pequeño museo relacionado con los Romanov.

Tras visitar este templo hicimos un recorrido por Ekaterinburgo siguiendo una gruesa línea roja que recorre los puntos más importantes de la ciudad. Antes de comer conocimos la barroca y espectacular casa Sebastianov, la también barroca y coqueta capilla de Santa Catalina (templo más antiguo de la ciudad) y la Plaza Histórica, junto a la cual comimos en un muy recomendable y acogedor restaurante ruso. En dicha plaza hay una cápsula del tiempo enterrada hace más de 50 años que se abrirá en 2023 por el 300 aniversario de la fundación de la ciudad.

Después de comer proseguimos nuestra visita paseando hacia el Ayuntamiento, la plaza de 1905 presidida por Lenin, la calle Vaynera (llena de vida, tiendas, palomas y música, similar a la calle Baumana de Kazan pero con más ruido) y el curioso y menos conocido monunento Qwerty (un teclado de ordenador a modo de escultura en el que puedes saltar de tecla en tecla y disfruta de un "espacio" de tranquilidad junto al río).

Compramos provisiones para continuar nuestro trayecto transiberiano, pues pasaremos los próximos dos días y medio en un tren que nos llevará a Irkutsk.

A las 20:16 horas sale nuestro tren.

En el vagón coincidimos con dos mujeres rusas que hacen por hablar (todos los rusos se acercan y hacen por hablar) pero dado que sabemos que no llegaremos a entender mucho y que el coste bebeficio para el cerebro no sale rentable, nos dedicamos a lo nuestro.

Cae la noche en el tren, pero no es noche total, quedando el cielo parcialmente iluminado como en las noches blancas de San Petersburgo. En este momento pasamos cerca de la frontera con kazajistan. Jugamos a las cartas, vemos peli en el móvil y a dormir...

Iglesia de la Sangre Derramada de Ekaterinburgo

Lugar del asesinato de la familia Romanov

Abuelas de Ekaterinburgo marujeando en la Plaza Histórica

Tren en la estación de Ekaterinburgo

Día 4. Transiberiano.

A las 05.00h el traqueteo del tren me despertó. Era completamente de día y el paisaje había cambiado. Una de las rusas ya no estaba y su sitio había quedado libre. Los eternos y altos bosques habían dejado parte de su espacio a trozos de estepa verde cada vez más grandes, salpicados por arroyos y lagos. Vacas pardas pastaban libres en las praderas y los únicos edificios que se dejaban ver muy de cuando en cuando eran pequeñas casas de colores, hechas unas de madera y otras de ladrillo, con tejados de uralita con caída en ángulo, como las que vimos en los alpes suizos y en la selva negra, preparados para recibir la nieve del invierno. Algún vagón de tren abandonado en un antiguo raíl. Ni una sola persona. Sol radiante y un cielo azul que se perdía por cada rincón del horizonte... Así amaneció Siberia.

Pasé cerca de tres horas de pie en el pasillo del tren, que después de tantas horas empezaba a entender como propio. Impasible, mirando la escena a través de la ventana. A lo lejos voces que no entiendía. Consciente que atravesaba parajes desconocidos por la mayoría, me invadió una sensación de bienestar que constituye el motor de aventuras como esta... no sabes qué vendrá, notas como si se abriesen nuevos territorios de tu mente, estás dispuesto a dejarte sorprender, estás aprendiendo y quieres más... Es la magia de la apasionante aventura de viajar.  

Nikita, un joven de unos treinta años, que observaba el paisaje en la ventana de al lado, también inmóvil, se acercó y me habló en Ruso. Sonreí y entendió que no había comprendido nada, lo que le hizo sonreír a él también. En una mezcla de inglés y señas me explicó que había estado trabajando mucho para ahorrar y ahora estaba viajando porque quería conocer mundo. Se dirigía a Chita, ciudad rusa entre Irkutsk y Vladivostok, y se sorprendió al explicarle nuestra ruta. Sólo decía: "far, so far!"... Nueva parada. Hasta otra, Nikita.

Hemos traspasado el umbral de las tiendas de souvenirs. Aquí comienza la Siberia más profunda y menos habitada. En el tren muchos sitios libres. Sólo rusos. No hemos coincidido desde que iniciamos la ruta con nadie que hable otro idioma. Hemos viajado en segunda y tercera clase, y ni rastro de turistas. 

Tras varias paradas en estaciones de pueblos poco transitados y en los que daba la impresión de que todo se paró hace 70 años, multitud de chimeneas humeantes nos indicaban que estábamos llegando a otra gran ciudad. Se trataba de Omsk, una importante ciudad eminentemente industrial. Un oasis urbano en mitad de Siberia, de los pocos que encontraremos. 

Viajamos a favor de los usos horarios, lo que acorta los días. Nuestra acompañante, en una de sus pocas apariciones despierta, nos da a probar un pescado seco ahumado típico de esta zona y que también veremos en el lago Baikal, que venden en algunas paradas al bajar del tren. Nosotros le damos caña de lomo. 

En cada parada el revisor comprueba que no haya nadie entre los vagones y entre el fuselaje, dando golpes con un hierro y alumbrando con una linterna.

Cae la noche rápidamente, precedida por un atardecer que tiñó medio cielo violeta, de esos que no se olvidan.

00.10h: Paramos en Novosibirsk, última gran ciudad antes de Irkutsk. En otras 32 horas a bordo del tren y estaremos en nuestro destino.

A descansar.

Rumbo a Irkutsk

Día 5. Transiberiano.

El ser humano creó los relojes y las horas para organizar su tiempo, vendiendo necesariamente parte de su libertad, pero hay situaciones y lugares en las que el tiempo viaja libre, a salvo de ser estructurado. El tren transiberiano es una de ellas. 

Abrimos los ojos un día más, sin saber (ni importar tampoco) la hora que era, porque aquí no hay relojes, solo amaneceres y anocheceres. Se come cuando se tiene hambre, se duerme cuando vence el sueño y se baja a estirar las piernas unos minutos si el tren se para. Nadie pregunta la hora.

Nuestra simpática acompañante, de nombre Lubov, que acirde con su persona significa amor en ruso, seguía hablándonos en ruso pensando que la entendiamos. Nos cuenta cada día de todo, pero a ver quién le decía ahora a la pobre mujer que no teníamos ni idea de lo que salía por su boca. Así que seguimos asintiendo a cada frase.

Nikita, que sigue su trayecto en el compartimento contiguo, que sabe que nosotros de ruso nada, no para de reírse.

El paisaje cambia de nuevo, volviendo a dominar los grandes bosques de altos árboles. Pero todo sigue siendo verde sin descanso, absolutamente verde. Mires donde mires.

Calor supremo. Treinta y cinco grados marca el termómetro.

Dos días en el tren y ya empezamos a conocer a casi todos los pasajeros.

Niños jugaban en el pasillo, nos miraban tímidos como queriéndo decirnos algo y se escondían. Nikita nos confesó que están deseando hablarnos y que todo el vagón habla de nosotros, que creen que somos americanos y que no le creen cuando él les dice que somos españoles. Nos afirma que somos los únicos no rusos y que todos saben dónde vamos y a qué nos dedicamos.

Poco a poco se acercó uno de ellos, Bogdan, y empezó a hablarnos. Es sorprendente lo abiertos que son los rusos. En eso nos dan varias vueltas.

Tras múltiples pequeñas paradas, el día fue pasando, dejando paso al atardecer y poco después a otra noche blanca. 

Una larga conversación de varias horas con Nikita brindó la oportunidad de vivir otronde esos momentos para el recuerdo. Asomados a la ventanilla abierta del vagón, viendo pasar la inacabable hilera de sombras de abetos y pinos (por ejemplo) con la noche a medio caer y la enorme luna naranja al ras del horizonte, estuvimos charlando de muchas cosas: libros, historia, la sinrazón del holocausto, gustos y tradiciones rusas y españolas... 

Bogdan, que ya había dejado su timidez a un lado y había estado charlándonos y echándose fotos a nuestro lado, venía a darnos las buenas noches cada 5 minutos.

En apenas 10 horas llegaremos a Irkutsk. Poco a poco vence el sueño. A descansar.

Un amigo de nuestro tren que pasaba al lado

Día 6. Transiberiano. Irkutsk. Lago Baikal.

Lubov, siempre pendiente, nos despertó dos horas antes de nuestra parada final. Tras cinco días de viaje, el tren dejará de ser nuestro medio de transporte. Por fin llegamos a Irkutsk, desde donde iremos al cernano y famoso lago Baikal. 

El transiberiano a veces agota. Muchas horas viendo similares paisajes, con el mismo sonido de fondo... monotonía... pero engancha. Estábamos deseando llegar y cuando lo hicimos nos dio pena irnos. Y es que la gente con la que convives tantas horas otorga vida a ese trayecto.

Nuestro amigos sabían que nos íbamos, y allí estaban todos, Lubov, Nikita y Bogdan, en nuestro compartimento sentados esperando el momento. Besos, abrazos... y la nostalgia del adiós que es inmune a edades, naciones, razas y pueblos.

Nikita se acercó antes de partir y me regaló su reloj. Me dijo que lo compró con su primer sueldo y que quería que yo lo tuviese porque estaba muy agradecido por los momentos vividos. Nunca olvidaré ese cigarrillo que echamos con el tren en marcha en la unión entre los vagones, con un pie en cada uno, un frío que pelaba y viendo pasar las traviesas de la vía bajo nuestros pies a toda leche. Gracias por todo Nikita. Yo le regalé mi camiseta de trasplantes, que me acompaña en cada viaje y con la que tengo fotografías en varios lugares del mundo. No vale mucho en comparación con el reloj, pero es lo único que tenía valor en mi mochila.

Lubov, Bogdan y Nikita

Reloj de Nikita

Nos dirigimos a visitar el lago Baikal. Sabemos que es enorme. Y poco más conocemos de él. Es también el más profundo del mundo (1.6 kilómetros), conteniendo el 20% del agua dulce de todo el planeta. Es conocido como la perla de Siberia, encontrándose en el corazón de la misma. Es lugar de parada obligatoria en el transiberiano y destino para rusos y mongoles de vacaciones.

Llegamos a Irkutsk a las 11:30h, hora local. Teníamos que buscar transporte para llegar hasta Listvyanka, ciudad en el lago Baikal en la que pasaremos los siguientes tres días. Coincidimos por primera vez con un español, Álex, de Málaga, que se queda en casa de una amiga y está haciendo tiempo hasta la tarde que ha quedado con ella. Cogimos el tranvía para llegar a la estación de autobuses, desde donde salen los buses hacia el lago Baikal, pero nos dicen que el próximo salía en dos horas, y para nosotros era mucho porque teníamos ya ganas de una ducha en condiciones, un hotel en condiciones y una siesta en condiciones. Así que fuimos en taxi, por unos 19 euros el trayecto de 60 kilómetros.

Al llegar a Listvyanka el taxista nos pidió más dinero. Tras decirle que se peinase (se lo dije algo más grosero) dejamos las cosas un hotel justo en frente del lago, con vistas al mismo, en la mejor zona del lugar. Una ducha rápida, tras la cual buscamos algún lugar para comer. Probamos por primera vez, entre otras cosas, el Omul, pescado típico del lago que preparan de múltiples formas: ahumado frío, ahumado caliente, a la brasa... Lo ofrecen por todas partes.

Tras la comida, siesta merecida y después un paseo por el pueblo, que nos regaló otro atardecer para el recuerdo. Los tonos anaranjados del sol poniéndose daban al enorme lago un color único.

Fuimos a cenar a un buen restaurante cercano. Durante el paseo y la cena estuvimos prácticamente solos.

El lago Baikal me recuerda al recóndito y espectacular lago Lugu de China, flanqueado por unas casas muy similares y una agua cristalina que puede hacer de espejo. También guarda algún parecido con el lago Titisse alemán, aunque menos explotado.

Mañana intentaremos ir a  Bolshoi, una aldea situada más al norte del lago, donde llegan pocos turistas. Visitaremos antes el mercado de Listvyanka y un acuario-museo donde se encuenttan todas las especies del lago, incluídas las focas Nerpa, que sólo existen en estas aguas y no es fácil verlas.

Vamos, todos a la cama.

Lago Baikal

Omul ahumado secándose

Cristna al atardecer en el lago Baikal

Día 7. Transiberiano. Lago Baikal.

Comenzaba una mañana algo nublada pero no por ello desmerecedora de ser cautivadora, en el extremo suroeste del lago Baikal. No llovía pero la temperatura había bajado. Mejor. Prefiero el frío al calor. Atravesamos todo el pueblo (5 kilómetros) desde el extremo sur donde se sitúa el centro hasta la entrada, en el norte. Allí se encontraba el museo limnográfico del lago Baikal. Bastante entretenido y organizado, allí pudimos aprender que esta gran mole de agua es el lago con más volumen del mundo, el más profundo y el más largo. Solo lo superan sólo en extensión de superficie el lago Victoria, el lago Superior y el lago Tanganica. Y es que podríamos conducir desde Córdoba a Zaragoza en España en línea recta sin salirnos del mismo. Pudimos observar su origen tectónico y evidenciar gracias a un sismógrafo, que contínuamente se están produciendo pequeños terremotos algunos kilómetros bajo nuestros pies. Saludamos a las muchas especies de peces y crustáceos del lago que convivían en varios grandes acuarios. Y también a dos graciosas focas Nerpa, endémicas de esta zona, redonditas (parexían peces globo) y juguetonas. Nos presentaron un simulacro de descenso en submarino hasta las profundidades del lago, con siete ventanillas con vídeos sincronizados bastante bien logrado.

Tras el museo, a pesar de buscar y preguntar varias veces sin éxito el lugar de salida de unos botes para llegar al pueblo Bolshoi Koti algo más al norte, nos dirigimos a comer algo antes de realizar un crucero de tres horas por el lago que nos llevaría más al borde suroeste, a la costa recorrida por el trayecto más antiguo del tren transiberiano, ya no usado para tal fin pero que que constituye una obra de ingeniería que guarda una belleza y un encanto especial. Caminar por los túneles y las vías (aún en uso pero sólo para pequeños trayectos en el lago) fue otra experiencia inolvidable. Es la típica imagen del lago en la que una locomotora aparece saliendo de un túnel bordeando la costa con esa inmensa cantidad de agua a sus pies.

El pueblo de Bolshoi Koti lo intentaremos mañana de nuevo.

El siguiente destino fue el mercado del pueblo, donde decenas de puestos venden todo tipo de pescados del lago ahumados y souveniers. Los precios en esta zona son algo más caros que en el resto de Siberia.

Después ducha y a cenar al restaurante Berg, gran lugar también recomendable donde estuvimos solos (y es que aún no es la época en la que el lago se llena de gente) y probamos otros pescados deliciosos de la zona con un cervezón frío de los buenos. Tras la cena pudimos contemplar otro amanecer que vistió de momento para el recuerdo el maravilloso instante que vivimos. Un momento para siempre.

Después al hotel y a descansar...

Tunel de 1903-1904 para el tren transiberiano que bordea el lago

Raíles del transiberiano a su paso lor el lago

Puesto de ahumados en el mercado de Listvyanka

Un momento para siempre

El punto exacto.

Día 8. Transiberiano. Lago Baikal.

Comenzamos nuestro último día en Rusia. A pesar de que la intención era visitar Bolshoi Koti, tras una hora esperando en el muelle nos dijeron que no había billetes, por lo que decidimos pasar el final de nuestra aventura en Rusia en plan relajado, paseando una vez más por el lago. Comimos en el restaurante Proshly, muy bien valorado en las redes, siendo una de las mejores comidas hasta ahora.

Hoy es sábado y la vida en esta orilla del lago es mucho más intensa que en días previos en los que éramos de los pocos que lo recorrían. Familias enteras hacen multitud de barbacoas, sacan sombrillas, toman el sol (lo que aquí entienden por sol), pasean en bikini a 15 grados y los más atrevidos osan meterse en las gélidas aguas. Yo sólo conseguí mojarme hasta las rodillas antes de que me crujieran los huesos...

Siesta después de la sobremesa tras recoger la ropa que dejamos ayer para que nos la lavaran y a las 19:00h un baño y sauna Haman en el hotel para relajarnos y asi coger fuerzas para nuestro siguiente destino, Mongolia.

Se ve que alguien el pueblo se enteró de que nos marchábamos y al lado del hotel había unos rusos vestidos con el traje que supusimos típico de aquí, y cantaban, bailaban...

Una última cena junto al lago, heladito y a descansar. Mañana a las 09:15h hemos quedado  con el taxi que nos llevará al aeropuerto de Irkutsk.

Nos espera después Ulan Bator, en. Mongolia, desde donde haremos una ruta hacia el parque Terelj y al desierto del Gobi. Allí hemos quedado con Bobby, quien nos ayudará a organizar los días.

Lago Baikal

Mojando los pies en el lago. Dona órganos, regala vida!

Luna desde el lago Baikal.

Día 9. Transiberiano. Irkutsk.

Temprano el taxi nos esperapara llevarnos al aeropuerto, en Irkutsk. Para nuestra sorpresa el vuelo que nos debe llevar a Mongolia se ha retrasado, lo que supone varias horas de espera en el aeropuerto, por lo que decidimos coger un autobús e ir al centro de la ciudad a dar un paseo. Mongolia deberá esperarnos unas horas más.

Irkutsk me recuerda a algunas ciudades de China o a Hanoi, con un cierto caos organizado, casas de madera y mercadillos que venden de todo. Los rasgos locales son más asiáticos, pieles más oscuras, ojos más rasgados, entremezclándose con algunos fenotipos rusos más estereotipados.

En uno de sus mercados compramos una maleta (hasta ahora sólo llevávamos una mochila) para disminuir peso de cara a las rutas por Mongolia y para poder guardar las compras que hiciésemos. Además buscamos unas zapatillas cómodas en lugar de las botas que habíamos usado hasta ahora.

Hacemos tiempo y comemos un bocadillo mientras esperamos el autobús que nos devuelve al aeropuerto.

Ahora sí, nuestro transiberiano ha llegado a su fin.

Mujer con niño en irkutsk.

En resumen...

El lago Baikal pone fin a nuestro largo trayecto transiberiano, una experiencia extraordinariamente positiva que nos ha dado una visión detallada de esta parte del mundo, hasta hace poco desconocida.

Siberia nos ha regalado momentos para siempre. Lejos de la tierra desolada y despoblada que imaginaba, esta región está llena de vida. Vastos territorios verdes y azules sin descanso dibujan parajes espectaculares, salpicados por pequeños pueblos de casitas se colores y algunas grandes ciudades que serían la envidia de muchas de las que conozco, todo unido por estaciones de tren a cada pocos kilómetros. Gente amable por doquier. Comida que sorprende y un clima en verano idóneo para los que a estas alturas estaríamos por encima de los cuarenta y cinco.

El transiberiano, el trayecto de tren más largo del mundo, que debe su encanto, su mística y su exótica imagen al desbordante poder de las relaciones humanas que se crean en sus vagones. Trayectorias que se cruzan en un instante, modificándose unas a otras... haciéndose mejores.