SRI LANKA

Noviembre 2018

Bienvenidos a Sri Lanka

Vendedor juanto al tren en Sri Lanka

Día 1. Sri Lanka. Dambulla.

Tras nuestra aventura africana nos queda la guinda del pastel, una ruta conduciendo un tuctuc rodeando la isla de la perla del índico. El lugar que Marco Polo describió como el más sorprendente paraíso que jamás había visto. Antigua Ceilan, maravillosa Sri Lanka.

Tras un día de escala en Madrid (día 19 de viaje en nuestro cuaderno de bitácora) que aprovechamos para pasar en familia y resetear nuestras neuronas, ponemos rumbo al tercer y último destino de nuestro paseo anual por el mundo. El viaje es largo. Quince horas (incluyendo la escala en Abu-Dabhi) nos sitúan en mitad del océano índico, al este de la India y al oeste del golfo de Bengala, con nuestra querida Myanmar observándonos de lejos.

Nos recoge en el aeropuerto (que se encuentra entre la capital Colombo y la ciudad de Negombo) el dueño de "Alma Tours", la empresa con la que hemos contratado el tuctuc que usaremos para recorrer el país. Los aeropuertos son el lugar de los países asiáticos (y de casi cualquiera) en donde más receloso hay que ser con la gente. No fiarse de absolutamente nadie es el mejor consejo que se puede recibir, y aún así en muchas ocasiones puedes ser víctima de timos o engaños. Por poco nos libramos esta vez. Lo mejor... asegurarse de cuáles son las empresas oficiales de transporte o taxis y pedir la acreditación a la persona que os lleve, taxímetro mediante o precio pactado. Y es que una vez más ávidos buscavidas se acercan como ratones, o mejor como cocodrilos, sobre los recién llegados a los que ven como ñus cruzando el río Mara. Único objetivo, sacarles unos billetes de más en el mejor de los casos. Dos individuos se hicieron pasar por los responsables de la empresa que nos recogía y menos mal que el verdadero contacto llevaba nuestra foto y nos reconoció acudiendo a por nosotros cuando ya estábamos casi fuera del recinto. Desaparecieron en un segundo. En fin... escoria humana... verrugas del mundo. Suelen vivir poco, y mal. Selección natural.

Llegamos a Negombo donde arreglamos los papeles para el vehículo. Para conducir un tuctuc en Sri Lanka es necesario el permiso internacional de conducir (lo sacas en tu ciudad con cita previa en un rato previo pago de 10 euros y con validez de un año) y el carnet ceilandés que te habilita para este tipo de motocarro (la empresa de Sri Lanka se encarga del trámite previo a tu llegada por unos 28 euros). En fin, que en poco más de hora y media aparece nuestro tuctuc allí. Color verde, capota negra. Será nuestro fiel compañero, al que a partir de ahora llamaremos "Stuti" (en cingalés gracias se escribe stutiyi y se lee más o menos Stuti).

El dueño nos ha recomendado que comencemos la ruta justo en dirección contraria a lo que teníamos mirado. Para un novato en conducción de tuc tic es lo mejor según nos cuenta. Pero cambiar era reorganizar muchas cosas que ya estaban en mente así que no hacemos caso y empezamos como planeamos.

Tras una clase exprés de media hora donde me enseñan a usar las marchas y los truquillos por si Stuti se atranca, echamos a andar. Ponemos rumbo a nuestro primer destino, el Templo Dorado de Dambulla, a unos 120 km (unas 4 horas). Es el tramo más concurrido, pero qué mejor para soltarse.

Los primeros cien metros te hacen pensar que en vaya lío te has metido, sobre todo cuando ves que en el hormiguero de vehículos que conforman el mundo vial ceilandés el tuctuc es el último invitado, a pesar de ser el vehículo más numeroso. Casi cada habitante tiene uno. Están por todas partes, pero muy pocos guiados por extranjeros. Se conduce por la izquierda, vestigios de su pasado como colonia inglesa.

La mayoría de las carreteras están en buen estado en relación con otras partes de Asia, siendo de un carril para cada sentido excepto un tramo de autovía que va de la costa suroeste a Colombo. Un gran porcentaje tienen marcas viales. Tú usas tu carril, pero los demás usan el suyo y el tuyo. Y es que el de enfrente, si es más grande o tiene más ruedas, adelanta cuando quiere, independientemente de que estés tú justo delante. En este país los tuctuc son transparentes. Velocidad normal media: 30km/h. A partir de 40km/h en tuctuc se llama kamikaze y tienes muchas papeletas para acabar con un susto. Aunque también es justo reconocer que esta gente esquiva muy bien.

Escuchar un pitido por detrás o por delante significa que te eches al arcén de la izquierda para dejar paso. La carretera es un rompecabezas de vehículos en el que poco a poco van encajando las piezas. Tras 10 km por esa carretera ya estás mimetizado.

Dejamos las cosas en el hotel escogido para el primer día (es el único que helos reservado, pues hace falta para solicitar el visado). Comemos antes de ir a los templos. Hemos leído que hay un lugar no turístico donde ponen exclusivamente comida ceilandesa. Lo buscamos y Stuti nos lleva. Efectivamente sólo gente de allí comiendo. Precios irrisorios (comer varios platos los dos costó 80 céntimos de euro). Eso sí, hay que pedir sin tener ni idea de qué estás cogiendo. Preguntar y no hacerlo es exactamente lo mismo.

Tras comer rehacemos el camino para conocer el monumento budista. El Templo Dorado de Dambulla está constituído por 5 cuevas excavadas en la roca, a 160 metros de altura, que contienen en su interior más de 150 estatuas de buda y algunas de reyes y dioses hindúes. Las más antiguas son de hace 2000 años. Todas las paredes y techos de las cuevas están policromados, otorgando al conjunto un encanto especial. Es un lugar de peregrinaje para muchos budistas. Estuvimos casi solos. Eso sí, acompañados por decenas de monos con los que hay que tener cuidado pues, aunque son pacíficos, se llevan todo lo que pueden coger. Varios monjes de temprana edad pasean con sus túnicas por los alrededores. Sin duda una visita obligada. Debajo de las cuevas hay un buda dorado gigantesco sobre un edificio al que no entramos porque estaba cerrado, y abrirlo era un lío. Además era un tanto hortero. Bueno bastante.

Volvemos al hotel a descansar después del largo día de viaje. Cena en el hotel y al sobre. Mañana iremos a visitar el buda de Aukana y la ciudad antigua de Polonnaruwa.

Con Stuti por Sri Lanka

Templo en Dambulla

Niños budistas en Dambulla

Día 2. Sri Lanka. Buda de Aukana. Polonnaruwa.

Hoy nos espera una ruta de 130km, unas 4h en nuestro amigo ya inseparable Stuti. Nos levantamos a las 06:30h.

Tras desayunar ponemos rumbo a Aukana, donde el paso del tiempo ha mantenido intacto un imponente buda de 12 metros de altura, esculpido en el siglo V. Tras unos kilómetros en carreteras principales esquivando vehículos estilo videojuego, entramos en caminos de tierra que zigzaguean campos de cultivo que van asomando como oasis en un mar de palmeras. Es el corazón más puro de Sri Lanka. Sentimos sus latidos. Contemplamos cada imagen.  Paramos en cada rincón que nos llama la atención. La gente nos saluda con el común denominador de una amigable sonrisa. Si nos ven parados se detienen al lado y nos preguntan si necesitamos ayuda. En este país la cercanía y buen trato de su gente es palpable a cada paso que das. Salvo la anécdota del aeropuerto llama la atención la continua atención de todo el mundo.

Los paisajes son únicos: frondosa vegetación en primer plano con diferentes verdes salpicados de agricultores en sus labores, más al fondo una blanca neblina baja desdibuja un mar de palmeras, y detrás, escarpados picos montañosos más oscuros, signos perennes de un pasado geológico ajetreado.

Olor a hierba húmeda. El aire que entra por los laterales de Stuti contrarresta el 97% de humedad y nos mantiene estables. Nos cruzamos con varios tuctucs, cuyos conductores se soprenden al ver dos rubios blancos al volante. Todos saludan. La poca velocidad de estos vehículos y los terrenos algo complejos hacen que el contacto visual con quien se cruza dure unos segundos. Grabada se queda la cara oscura y arrugada de un hombre de unos 60 años, que al adelantarnos con su moto sacó su mano y su sonrisa arrugó más si cabe su cara, dejando entre ver un único diente en su encía superior, creando una imagen que bien hubiera valido una foto.

Algunas vacas en el camino. Muchos perros. Llama la atención la presencia continua de estos animales merodeando las carreteras. Son muy tranquilos, y conviven libres en cada rincón con los humanos. Es curioso ver las típicas señales de precaución de la posible presencia de animales en la carretera, pero aquí en vez de vacas y ciervos, con el dibujo de elefantes y cocodrilos. Nos insistieron en no bajarnos del tuctuc en zonas de selva o cuando viésemos estas señales.

Llegamos a aukana. No hay coches aparcados. Unos trabajadores nos indican que dejemos el tuctuc allí y que continuemos subiendo a pie hasta llegar al lugar donde unos monjes budistas venden los tickets. A los pocos minutos aparece ante nosotros una espectacular estatua de buda esculpida sobre la piedra de la montaña a la que aún sigue unida mínimamente por su espalda. Unos cuantos turistas que impresionan de alemanes se marchan al llegar nosotros. Nos quedamos solos en mitad de aquel impresionante monumento. A los pocos minutos un grupo de ceilandeses con túnicas blancas nos acompañan. Ofrecen nenúfares a buda y oran cantando, marchándose muy brevemente, y habiéndonos regalado otro momento memorable. Cerca de la estatua hay una estupa blanca con varios budas pequeños desgastados por el paso del tiempo y de los visitantes, y tras ella un estanque natural enorme con nenúfares. Silencio. Seguimos solos. Cristina lee sentada en una piedra. Este lugar tiene encanto. Sin duda un gran acierto.

Ponemos rumbo a nuestro siguiente destino: Polonnaruwa. Tras recorrer a la inversa los caminos rurales nos incorporamos a la vía principal, que nos conduce durante tres horas a esta ciudad. Polonnaruwa es una ciudad que fue capital del reino de Sri Lanka desde el siglo XI al siglo XIII, tras la caída de la antigua capital, Annuradapura, la cual tristemente descartamos por hacer más operativo y menos monótono este viaje.

Tras varios intentos sin éxito después de vagar con Stuti por senderos de barro alrededor del canal que sale del gran lago que posee esta ciudad, nos damos por vencidos. No encontramos el hotel que miramos ayer por internet. Como no lo reservamos no tuvimos que anularlo (en esta zona preferimos mirar el alojamiento que nos guste y reservarlo en el lugar directamente).  Mientras buscamos parados en mitad de un cruce otro alojamiento, se nos acerca un hombre en un tuctuc y nos dice que si buscamos un lugar para comer y dormir en su casa tiene unas habitaciones individuales con baño, aire acondicionado y comida y está justo en la zona que mejor nos viene. Decidimos ir detrás de él para verlo. Se trata de 3 casitas pequeñas de una habitación con baño, nuevas, que ha hecho junto a su casa. Están genial. La amabilidad del hombre y su familia hace el resto. Nos quedamos. Nos recomienda visitar mejor mañana temprano la ciudad antigua y nos ofrece unas bicicletas para dar una vuelta por el lago que está muy cerca. Esto trastocará un poco nuestro organigrama, pero estamos agusto y para nosotros es lo que prima. Quitaremos alguna visita posterior pero conoceremos de cerca la vida de esta zona. Sacrificaremos la tarde en Kandy. Nos sirven en la habitación una fría limonada casera y comida a base de pollo al curry, noodles (para 8 personas por lo menos) y patatas en salsa.

Tras comer salimos a conocer el mercado del pueblo. Nos encantan los mercados. Visitamos todos los que podemos. Muestran fielmente la esencia de los lugares. Y este es de los mejores. Un hervidero de gente vendiendo y comprando. Ni un solo turista. Todos nos miran y sonríen. Nos saludan. Frutas (algunas no las hemos visto nunca antes), verduras y pescado seco pasan de mano en mano.

Seguimos hasta el lago con las bicis durante varios kilómetros en una ruta muy poco transitada que lo bordea. Llega un momento que no sabemos seguir y preguntamos a una niña que nos encontramos con una bici. Nos dice que nos lleva a cambio de un chicle. Aceptamos el trato. A un lado la enorme masa de agua, con los ceilandeses lavándose en el río; al otro, una especie de valle lleno de palmeras y toda la gama de verdes. Vivimos otro de esos momentos en los que parece que todo se para. Al fondo se distingue un hotel con unas cristaleras que dan al lago. Al llegar un hombre nos invita a ver un estanque y unas ruinas que datan de más mil años antes de Cristo, repletas de traviesos monos primos hermanos de los que vimos en Dambulla. De nuevo solos. Paseamos y fotografiamos todo aquello sin entender cómo no cobraban nada por estar allí. Entramos en el hotel. Buen lugar para una merecida cerveza. El sol se pone y es hora de volver. Cientos de vampiros cruzan el cielo encima nuestra. Nunca habíamos visto estos animales. ¡Son enormes!

Devolvemos las bicis a nuestro amigo. Tras descansar llama a nuestra habitación y nos sirve unas cervezas frías y más tarde la cena, a base de verduras, legumbres, arroz y pescado, que su mujer ha preparado para su familia.

Ha sido un bonito día. Una vez más el improvisar nos regala una victoria. Viajar sin todo cerrado, sin hoteles reservados y con vehículo propio ofrece una libertad que al principio genera incertidumbre pero al acostumbrarte lo inunda todo de una sensación de libertad inigualable.

Nenúfar como ofrenda al buda de Aukana.

Charlando con un monje

Buda de Aukana

Ceilandeses rezando frente a buda de Aukana.

Mercado de Polarannuwa

Familia de monos en un templo de Polarannuwa

Templo junto al buda de Aukana

Día 3. Sri Lanka. Polonnaruwa. Sigiriya.

Comenzamos a las 07:30h con el desayuno que nos prepara la familia. Hoy toca conocer los restos de la ciudad antigua de Polonnaruwa, que junto con la de Annuradapura y Sigiriya forman el conocido Triángulo Cultural, cuna de la historia de Sri Lanka.

Antes de salir reservamos por internet hotel para hoy en Sigiriya. El dueño de la casa nos insiste en que si aparece algún elefante en el camino nunca nos paremos. Y es que los escasos incidentes con turistas en esta zona suelen estar en relación con el encuentro con estos animales.

En Polannaruwa se conservan esparcidas en una extensión de 1.6 hectáreas los restos de la que fue la sede del reino cingalés hace 800 años. Con nuestras bicis vamos recorriendo en un agradable paseo de unas 3 horas cada uno de los templos, estanques, sala de juntas, dagobas, estupas, palacios y estatuas de budas. De algunos sólo quedan los cimientos o muros desgastados, pero el conjunto es espectacular, no en vano es patrimonio de la humanidad desde 1982. Destacan los enormes budas de Gal Vihara, la estupa de Rancot Vihara y los restos de los templos del conocido como cuadrángulo sagrado. Decenas de monos nos acompañan en el camino.

Tras este paseo por la historia dejamos las bicis y cogemos a Stuti, nuestro tuctuc. Nos despedimos de la familia con la que hemos compartido este día. Nos pide 35 euros por la noche, la comida, las cervezas, la cena y las bicis, que aunque allí no es barato nos parece muy bien en relación con lo que hemos vivido. El homestay se llama Arany, y es muy recomendable si se quiere vivir de forma directa con los ceilandeses de esta zona.

Cincuenta y cuatro kilómetros nos separan de nuestro siguiente destino, Sigiriya, la joya de la corona y quizás la estampa más espectacular y conocida de Sri Lanka. Subiremos a la roca del León.

En una hora y cuarto llegamos al hotel, que está muy bien localizado y que sobrepasa nuestras expectativas. Dejamos las cosas. Nos dicen que está lloviendo y no es recomendable subir a la gran roca por precaución, pero es nuestra única posibilidad de hacerlo porque mañana por la mañana hemos reservado un billete de tren y nos separa de la estación de donde sale un viaje de tres horas. Y es otro de los objetibos imprescindibles que nos hemos marcado en nuestra ruta. Así que salimos con Stuti en busca del gran león de piedra.

Lion's Rock es una enigmática e inmensa roca que se eleva 200 metros sobre la llanura, en un entorno de selva tropical inmensamente grande. Sus verticales paredes están rodeadas por interminables escalones que llevan hasta la llana cima. Pinturas de antigüedad (varios siglos) y procedencia desconocidas se pueden observar en la primera parte de la subida, a las que se llega por unas escaleras metálicas de caracol que se suspenden en el vavío entre los salientes de la gran roca. Tras el primer tramo, dos gigantescas garras de león son la antesala a una larga escalinata final de vértigo. Y arriba las ruinas de una civilización antigua, que data del siglo V de nuestra era. Fue el epicentro efímero del reino conocido como Kasiapa. Sólo quedan los cimientos del palacio y de las casas y algunos estanques. La vistas son impresionantes, al ras de las nubes, con lagos y bosques infinitos en los 360 grados bajo un fino manto blanco de neblina. Las personas que hay abajo casi no se distinguen desde la cima. La sensación difícilmente explicable. Coincidimos en lo más alto con dos monjes budistas, uno srilankés y otro bangladesí, con los que nos hacemos unas fotos.

El estar casi solos en este privilegiado lugar durante una hora nos deja otra marca para siempre en nuestro recuerdo. Merece la pena cruzar medio globo terráqueo sólo para vivir ese momento.

Durante algunos tramos llueve, sobre todo al bajar. Pero nos sentimos parte del entorno y el agua ya no nos molesta.

Recogemos a Stuti y nos paramos en un bar a tomar unos refrescos y unas deliciosas samosas (una especie de empanadillas que ya probamos en Zanzíbar y que son típicas de la India y de esta región).

Volvemos al hotel a descansar después de no haber parado en todo el día entre la bici y las escaleras.

Cenamos y al volver por el exótico camino casi sin luz que nos separa de la habitación, un puñado de luciérnagas parpadean intermitentes a nuestro alrededor. Se puede seguir el rastro de su centelleo. Parece que nos han sacado de un cuento. Nunca las había visto. A dormir.

Mañana iremos a la estación de Peradeniya, donde nos recogerán nuestro tuctuc y nos lo devolverán en la estación de Ella (lo gestioné a través del dueño de la empresa de alquiler del tuctuc). Nosotros haremos ese trayecto en tren, reconocido como uno de los más bellos del mundo. Iremos en un vagón de observación con grandes cristaleras para contemplar las vistas. Normalmente se empieza en Kandy, una estación después, pero hemos leído que allí se sube mucha gente y escoger el mejor sitio es complicado. La ventaja de tener a nuestro Stuti es que podemos ir donde queramos cuando queramos, por lo que nos adelantaremos una estación.

Polarannuwa

Mujer junto a dagoba en Polarannuwa

Roca de Sigiriya

Monje budista cingalés en la cima de Lion's Rock

Día 4.Tren Peranediya-Ella.

Nos despierta una preciosa mañana con el cielo despejado que nos muestra desde el hotel la majestuosa roca del león en Sigiriya. Magnífico desayuno. Magnífico hotel (Sigiriya Village).

Iniciamos el camino con Stuti hasta la estación de Peranediya. Desde allí el conocido como el mejor trayecto en tren del mundo nos guiará hasta las cumbres cingalesas. Comenzaremos a descubrir las Tierras Altas de Sri Lanca. Antes hay que llegar a esta estación secundaria, en la que fue más facil encontrar billete. Reservamos antes de salir un hotel cercano a la estación de destino, pues el viaje dura cerca de siete horas y llegaremos de noche.

Son tres horas y media de viaje hasta Peraderiya en las que atravesamos varios pueblos continuando la frondosa vegetación selvática, con grandes montañas que se superponen en hileras en el horizonte. La carretera es buena. Cada 70 u 80 kilómetros repostamos gasolina. Stuti aguanta con sus 7 litros  de depósito unos 150km, aunque hay que recargar con tiempo, pues en ocasiones se tarda en pasar por una gasolinera. Cuando nos ven llegar conduciendo nuestro tuctuc todos miran, cuchichean, sonríen y nos preguntan después de dónde somos. Al decir España ellos responden Barcelona, Madrid. Se repite la misma escena cada vez que paramos.

Llegamos a la estación. Allí nos espera un muchacho que recogerá a Stuti con nuestras dos mochilas y nos lo devolverá en el detino. Vamos con tiempo. Por primera vez vemos un grupo de turistas, que se mezclan con los lugareños que también esperan su tren.

De repente un chico que trabaja allí me dice que me acerque. Me baja a la vía y andamos unos 300m sobre los raíles hasta una antigua caseta de dos plantas construída por los ingleses para controlar el cambio de vías. Sigue usando el mismo sistema inglés de palancas. Me deja que cambie la vía para el próximo tren que está a punto de llegar, y que es el nuestro. Yo flipo de que eso esté pasando. Cambio la vía como el mejor de los ferroviarios y salgo pitando de nuevo por los raíles para el andén, mirando de reojo con lógica preocupación por si llega el tren.

Se escucha un pitido. Frena la locomotora. ¡Pasajeros al tren! Comienza un viaje impresionante. Una de las experiencias más agradables que hemos hecho. Los espectaculares paisajes, el traqueteo del antiguo tren con su balanceo y las escenas que se contemplan al ir pasando a unos 20km/h (o menos a veces) por las aldeas, las montañas, los puentes, los campos... otorgan a esas 6 o 7 horas un halo de misticidad de esos en los que sobran las palabras. Disparo fotos, pero al verlas las borro porque no logran captar la amplitud y la belleza de lo que voy viendo. Dejo sólo los vídeos. Conforme vamos ganando altura, los palmerales se van espaciando cada vez más, dejando paso a extensos bosques de eucaliptos de más de 50m de alto.

La vía del tren es el camino que usan los habitantes de esos escondidos pueblos para ir de un sitio a otro. Nos cruzamos con muchos niños que se apartan al escuchar el tren y saludan a los que estamos asomados a las ventanas.

Poco a poco se dejan ver las plantaciones de té que trajeron los británicos y que sin llamar la atención van inundando el paisaje, constituyendo un manto verde que cubre a veces casi todo lo que vemos. Atravesamos puentes de hierro y de piedra de otra época. En más de una ocasión la imagen nos transporta al tren de Howards de la saga de Harry Potter, pero más bonito. La última hora y media la hacemos de noche y no podemos disfrutar de las vistas.

Llegamos a Ella. Allí nos devuelven a Stuti. Dejamos las cosas en el hotel y vamos a dar un paseo al pueblo y a cenar algo en uno de los muchos locales que hay. Ella es un punto de encuentro de mochileros que usan como lugar base para haver diversos trekkings y conocer esa zona.

Mañana subiremos a Ella's Rock. Según los blogs una dura ascensión para contemplar más bonitas vistas.

Viajeros en la estación de Peranediya

Paisajes desde el tren

Tren rumbo a Ella

Día 5. Ella. Nuwara Eliya

Toca madrugar. Ella' Rock es un pico situado a unos 2.5km de la estación de tren de Ella, desde el cual se pueden contemplar unas bonitas vistas. Es un trekking de unas 4h desde nuestra guesthouse (Emerald Mirror).

Comenzamos a caminar hasta la estación de tren. Allí andamos sobre la vía dirección a Kandy durante 1.5 km, teniéndonos que apartar al escuchar el pitido de la locomotora. Nunca he visto pasar un tren tan cerca al ras del suelo. Los raíles están engastados en un entorno verde con alta vegetación a ambos lados de la carretera, que parece que va a engullir a la máquina. Niños caminan con sus uniformes hacia la escuela en sentido contrario a nosotros y nos saludan.

Tras cruzar un puente un hombre nos indica que hacia la izquierda es el camino que buscamos. Al entrar comprendemos que será complicado llegar por allí porque hay que apartar las hojas y ramas (nos cubren por completo) para poder ver los caminos, que continuamente se dividen.

Todo está muy húmedo. Pedimos ayuda a un hombre que pasaba junto al río, el cual nos guía todo le camino. Hubiera sido imposible llegar si no es por él. El sendero es muy duro, corto pero escarpado. En algunos tramos hay que gatear literalmente por las raíces de los árboles, que hacen de escalones. Atravesamos alguna plantación de té. Estamos casi solos. El hombre, que gatea ágilmente con sus delgadas piernas y sus desgastadas chanclas, nos detiene de repente y nos dice que tengamos cuidado con las "leech" y nos señala las piernas. Entendimos que leech significa sanguijuelas cuando al mirarnos las vimos en nuestras piernas chupando sangre. Gentilmente el hombrecillo nos las quitó y nos apretó la pequeña herida por si algún diente se había quedado dentro (eso nos explicó). Cada 10 minutos parábamos a mirarnos. Se colaban entre el zapato y el calcetín. Y es que esa zona está plagada de ellas. Otra experiencia más, esta algo desagradable.

A mitad de la subida un mirador natural nos deja contemplar el Adam's Peak, una montaña sagrada para hindúes, budistas y musulmanes, vecina a la roca de Ella. 

Por fin llegamos a la cima. La nubes nos dejaron un minuto vislumbrar desde lo más alto el paisaje que el tren ayer nos había mostrado, primero los dos solos desde un saliente al que nos llevó nuestro amigo, y después desde la piedra más conocida donde había diez o doce personas. Se trata de un acantilado descomunal no muy apto para los respetuosos con las alturas como yo. Tras quitarnos un par de bichitos más iniciamos la bajada.

La subida a Ella's Rock es dura, pero muy recomendable a pesar de las molestas sanguijuelas.

Vuelta al hotel a recoger las cosas y poner rumbo a las tierras más altas de Sri Lanka. Unas tres horas de camino entre más plantaciones de té, más montañas y más vegetacion incesante nos separan de Nuwara Eliya. La subida es importante. La humedad deja paso al aire más fresco. Atravesamos varios pueblos, cada vez con más presencia musulmana, apareciendo de nuevo los velos, gorros y turbantes tan usuales en Zanzíbar. Stuti lo pasa mal. Algunos tramos los sube en primera, y a duras penas. Creo que nunca he conducido tanto tiempo por una carretera con una pendiente tan marcada sin descanso.

Poco a poco aparecen las primeras casas de estilo colonial inglés típicas de esta ciudad. Tiene encanto. A la entrada nos da la bienvenida el lago Gregory, junto al que pasaremos la noche en el Galaxy Grand Hotel, con unas vistas espectaculares casi sobre el agua.

Comemos en el restaurante Grand Indian, conocido como el mejor de la zona, donde probamos los mejores platos de cocina india. Exquisito y agradable. Comida y cervezas para el recuerdo.

Tras charlar un rato con un camarero y quedarse flipado al ver que conducíamos nuestro propio tuctuc, ponemos rumbo a una plantación de té cercana que recomiendan visitar en las guías. Se llama "Pedro Tea Factory" y nos separan de ella cuatro kilómetros. Empieza a lloviznar. Nos hacen una ruta por la fábrica que recordamos algo nublado por culpa de las 2 cervezas negras de nueve grados que nos tomamos cada uno en el indio. Íbamos volando bajito.

A la vuelta paramos en el mercado central a comprar algunas cosas y observar la vida del lugar. Mucho movimiento de personas, autobuses y tuctucs... Tiendas de todo por todas partes con gente local comprando.

Pasamos una tatde muy agradable en Nuwara Eliya. Otro acierto. Cena en otro restaurante junto al hotel.

Planeamos el día de mañana. Decidimos saltarnos el trekking por las llanuras de Horton, a pesar de que lo catalogan como indispensable en las guías, ya que las vistas serán muy parecidas y las piernas necesitan descanso. A cambio mañana haremos una ruta con Stuti que se sale de la habitual, adentrándonos en aldeas y plantaciones familiares de té, en la zona que rodea la ciudad de Haputale, por caminos sin asfaltar que tienen en algunas zonas la anchura del grosor de una vaca. Hasta allí no llegan turistas. Y después continuaremos hasta las proximidades del parque Yala, donde al día siguiente queremos hacer un safari.

Reservamos por booking una casita en un árbol en un lago que hay unos kilómetros al oeste del parque. He leído por internet que el dueño te organiza el safari. Le mando un correo y a dormir a la espera de si responde.

Niñas camino del colegio en Ella

Vistas del Adam's Peak desde la subida a Ella's Rock

Chupetón de sanguijuela.

Cima de Ella's Rock

Mujeres empaquetando hojas de té en una fábrica

Día 6. Haputale. Tissa. Lago Yoda.

Nos han respondido del hotel. Tenemos alojamiento y nos organizan el safari. Tras un merecido descanso después del día de ayer salimos a las 09.45h rumbo al parque Yala en una ruta de seis horas que trazamos ayer para conocer la parte más rural de las Tierras Altas.

Nos dirigimos primero a Haputale, desde donde nos desviaremos de la carretera principal para llegar hasta Wellawaya pasando por la aldea de Koslanda. Los paisajes y las escenas que contemplamos bien compensan el exceso de horas de conducción de este día. Pasamos a apenas 3 metros de las recolectoras de té. Cruzamos decenas de ríos y arroyos por caminos semiasfaltados de no más de metro y medio de ancho. Las vacas tienen que apartarse para pasar. Y todo ello en un túnel de vegetación tropical que nos conduce sin saberlo a una de las cascadas más altas de toda Sri Lanka.

Paramos en cada lugar con bonitas vistas y pasamos unas horas sin hablar. Sólo observando a no más de diez kilómetros por hora. Stuti lo pasa de nuevo regular. Tanto bache se le indigestó y sus frenos dejaron de funcionar. Eso aquí equivale a riesgo vital, así que buscamos un taller en la carretera donde un simpático mecánico con el que hablamos con gestos nos lo arregló durante 40 minutos por el módico precio de 300 rupias (un euro y medio).

Tras casi siete horas llegamos al Yala Eco Tree House, donde pasaremos la noche en una cabaña encima de un árbol, en el lago Yoda.

Contemplamos de nuevo solos un bonito atardecer junto al lago y nos preparamos para descansar, que mañana a las 04:30h hemos quedado con el dueño para hacer el safari por el Parque Nacional de Yala, donde habita la comunidad más grande de leopardos del mundo, entre otros muchos animales.

Recolectora de hojas de té cerca de Haputale

Cascada entre las montañas cerca de Haputale

Lago Yoda (Tissa)

Individuo junto al lago Yoda

Día 7. Parque Yala. Mirissa.

A las 03:00h me desvelo. No tengo sueño y es un buen momento para buscar cómo organizar un paseo en barco para mañana para intentar avistar ballenas azules. Hay varias empresas que lo hacen. Hablan bien en los foros de "Raja & Whales". Tienen la ofinina en Mirissa, a unos 20 minutos andando de donde estamos barajando dormir. Reservo la excursión y de nuevo al sobre a aprovechar la hora que queda hasta que suene el despertador.

Nos despierta entre las ramas del árbol el sonido de lo que parece un helicóptero. Es raro. En Sri Lanka no se ven helicópteros. Al abrir los ojos nos damos cuenta de que el aparato volador está en nuestra habitación, y que en realidad es una especie de libélula gigange, así, a lo Jurasic Park. Le abrimos gentilmente las dos puertas de nuestra casa árbol hasta que decide salir.

Aún es de noche. A las 04:30h hemos quedado en las raíces de nuestra casa con Amila, que nos prepara un té y un desayuno para llevar. Un todoterreno de ocho plazas aparece y nos montamos rumbo al parque Yala, una de las reservas naturales más importantes del país, donde habitan multitud de aves, reptiles y mamíferos. Vamos solos.

Al llegar la cola de vehículos es importante. Es un parque muy visitado. En una media hora estamos dentro. Comienza a salir el sol, dejando entrever la silueta de varios pavos reales posados en las ramas de los árboles. Estas aves son uno de los emblemas de Sri Lanka.

Todo va bien hasta que nada más empezar, mi móvil se cuela entre dos de los asientos de atrás y cae directamente a la carretera. Grito. Frenazo. Salto del todo terreno. Corro hacia el movil, como en las películas los enamorados brincan hasta encontrarse en la orilla de la playa, lo recuerdo a cámara lenta... cada vez más cerca. Y allí está, boca abajo. Parece intacto. Diez metros. Y en ese instante un camión lleno de turistas, cortando el romanticismo del momento, cambia de carril y pasa a todo trapo con sus 2 toneladas sobre mi querido samsung galaxy 7. Saltó por los aires en varios pedazos. Pulverizado. Implosionado. Y lo peor es que la tarjeta española que guardaba entre la carcasa y el aparato salió despedida hacia algún lugar. La buscamos unos minutos sin éxito, pero debíamos subir de nuevo al vehículo pues estamos en zona de bichos complejos (leopardos, cocodrilos, búfalos...) y ya está bien con la baja de un móvil. Así que sigo el viaje sin teléfono y sin tarjeta...

El parque Yala en un enclave natural precioso bañado por el índico en el sureste ceilandés. Mucha vegetación. Más flores. Multitud de aves de todas las formas y colores merodean las lagunas y las copas de los árboles. Aparecen varios monos, una enorme iguana, búfalos de agua en las charcas rebozándose con el barro, mangostas, pelícanos, pavos reales, garzas, águilas... Un grupo enorme de "bambis" (no sé cómo se llaman pero son como el ciervo de la película de disney) corre de un lado para otro por la probable presencia de un leopardo según hace presagiar el sonido de algunos pájaros, que emiten un sonido peculiar cuando aparecen estos grandes felinos, avisando al resto de animalitos. Y a 3 metros delante nuestra un elefante parte las ramas del árbol, pisa una parte con una pata y tira del resto con la trompa para hacer el bocado más pequeño. Otro equinodermo en el lago a lo lejos esparce agua sobre su lomo. Un cocodrilo toma el sol impasible a todo muy cerca del agua.

Y de repente otro frenazo. El coche de delante para en seco y nosotros y los de atrás en cadena. Debe haber visto algún tipo de animal descatalogado o extinto. Casi nos tragamos a los dos japoneses de la parte de atrás del otro camión. ¿Motivo? Un escarabajo pelotero va cruzando el camino con su enorme pelota. Cinco minutos esperando en el paso de cebra improvisado. Ya podía haber frenado igual el tío del camión con mi móvil. Escarabajo 1 - Samsung 0.

Paramos a descansar en la playa dentro del parque. Es un lugar donde prima el respeto. Un monumento recuerda a los 47 turistas que perdieron su vida allí en el tsunami del 2004, que azotó de manera muy importante las costas srilankesas.

Seguimos el agradable paseo por el parque viendo más animales durante unas 4 o 5 horas. No conseguimos ver al leopardo, aunque ya obtuvimos la dosis suficiente de este escurridizo animal en Samburu y en Masai Mara dos semanas atrás.

El Parque Nacional de Yala es más bonito en cuanto a entorno que Masai Mara en Kenia, pero la cantidad de animales que alberga el africano es sencillamente insuperable, encontrando a cada paso grupos de animales. Aún así la visita a un parque en Sri Lanka la considero obligada, sobre todo si no se ha disfrutado de la aventura keniata.

Volvemos a la casa árbol. Allí nos espera Stuti deseoso de empezar a conocer la costa para descansar un poco del ajetreado vaivén por los recónditos caminos del interior de la isla. Como en otros viajes largos previos, hemos decidido pasar los últimos días de una manera algo más relajada. Después de ver varias posibilidades decidomos ayer hacer dos paradas en la costa. La primera noche será en Mirissa, por ser desde donde salen los barcos en busca de ballenas azules y queremos intentar verlas; y las tres siguentes noches en Talpe, que ni sabíamos que existía, por ser donde se encontraba el pedazo de hotel que vimos ayer al buscar alojamientos (fue la última búsqueda de mi querido galaxy, el hotel Sielen Villa), con una zona de costa privada paradisíaca.

De Mirissa nos separan unas dos horas en tuctuc. Hacemos una parada en el restaurante Ceylon, muy recomendado en las redes, con un dueño simpatiquísimo que además de servirnos una comida exquisita nos ayuda llamando a la empresa de las ballenas para confirmar que la reserva estaba confirmada, dado que mi móvil era el contacto y había pasado a mejor vida.

Llegamos al hotel. Un clima más seco. Es una zona de mucho movimiento. Una bonita playa, con muchos turistas y un ambiente festivo las 24h del día. Pescados y mariscos de todo tipo recién cogidos se ofrecen en puestos en la orilla a los pies de los restaurantes de los hoteles y resorts. Escoges tu pez y te lo hacen a la parrilla. Los precios son más caros que los de los sitios de donde venimos pero menos de la mitad de lo que costarían esos platos en España. Es un ambiente totalmente diferente al de los días previos, pero es lo que nos apetece después de casi un mes de continuo movimiento.

Damos un paseo por la playa y nos sentamos a ver atardecer junto a la orilla, cerveza en mano, con música en directo tipo country al lado. Y allí seguimos hasta la cena, para la cual escogimos uno de los pescados a la brasa de los que traían del mar. Y de ahí a la cama. El resto del hotel prolongó la noche hasta altas horas. Nosotros estábamos cansados después del madrugón de esta mañana.

Pavo real en Yala

Elefante en Yala

Búfalos de agua en Yala

Dibujo en pared de Mirissa

Vendedor de pescado en playa de Mirissa

Día 8. Mirissa. Talpe.

Volvemos a madrugar. Esta vez para intentar ver ballenas azules y otros cetáceos. La línea migratoria de estos animales pasa a unos 20 o 30 km mar adentro al sur de esta zona y es una experiencia más que nos gustaría guardar en nuestro recuerdo.

Nos recoge un tuctuc primo de Stuti en el hotel y nos lleva a la oficina de Raja & Whales. Sacamos los tiquets (30 dólares por persona) y salimos en un rato a buscar a los animales. Hace mal tiempo. Llovizna todo el camino. Tras una hora adentrándonos y zigzagueando la zona por donde suelen pasar, comienza a hacer frío, pero pronto desaparece al ver que un grupo de delfines se unen a la búsqueda y están un rato en varias ocasiones junto a nuestro barco. Tras dos horas aparece a lo lejos un chorro de agua tipo geiser que sale desde el agua. Es una ballena azul. Sólo salen unos segundos cada varios minutos para coger aire, y hay que ser experimentado conocedor de estos mamíferos para poder intuir por donde van a salir. En cuatro ocasiones pudimos verla, no sé si la misma u otras, a unos 50 metros lo más cerca. Impresiona saber que estás ante el animal más grande que habita nuestro mundo conocido. Desayunamos y comemos en el barco.

Seguimos nuestro rumbo. Hotel Sielen Villa, nuestra próxima parada. Sencillamente de otro mundo. Caro pero una situación y un entorno privilegiados. Lo reservé la noche de la casa en el árbol tras el ataque del insecto-helicoptero. Se encuentra a unos 15 min de la ciudad de Galle, muy conocida e importante, que entraba en nuestros planes conocer, pero que viendo el lugar en el que estamos contemplamos la posibilidad de movernos lo menos posible de tan idilico alojamiento. Amabilidad por todas partes, habitación en altura con todo el frontal de cristal encima del Índico. Una piscina sobreelevada varios metros es la antesala de un jardín que conduce hasta la arena. No hay nadie en varios kilómetros en la playa a ambos lados. Sólo 3 habitaciones ocupadas de las 5 o 6 que tiene. Un grupo de los conocidos como pescadores zancudos, exclusivos de Sri Lanka y símbolo iconográfico del país, se ubican al amanecer y al atardecer diariamente en esta zona, por ser donde se forman, gracias a la disposición de las rocas, unas especies de embalses naturales que propician una captura más eficaz. Estos hombres usan unos palos largos clavados cerca de la orilla, cruzados a media altura por otro más pequeño sobre el que se sientan, a unos 2 metros por encima del agua, con sus cañas caseras (palo, sedal de 4 o 5 metros y cebo) que balancean continuamente a modo de látigo, metiéndolas y sacando del agua en espera de que algún pececillo (tan cerca de la orilla suelen ser pequeños). Estos grupos de palos en forma de cruz se agrupan en número de 6 o 7 en algunas zonas desde Mirissa hasta Galle, no siendo fácil encontrarlos. Nosotros tuvimos la suerte de disfrutar de esa escena cada día.

Salimos a pisar la playa. Muy limpia. Arena color marrón claro y aguas turquesas pero no tan claras como las de Zanzíbar. Cangrejos ermitaños en cada metro cuadrado, sólo visibles si te detienes y observas un rato. Están por todas partes. Palmeras en toda la línea de la costa. Cocos caídos flotan sobre el vaivén de las mareas.

Volvemos para ver cómo empieza a atardecer desde la piscina, con la silueta de palmeras medio curvadas entre las cuales asoma la de los pescadores en sus zancos, con el cielo anaranjado a sus espaldas y el sonido y olor del mar como testigos de tan embriagadora estampa.

Veo por internet que a unos diez minutos hay una tienda de Samsung. Y allá que vamos en busca de un nuevo teléfono. El Samsung Galaxy S9+ llama a mi puerta. Ese tipo de móviles se usa muy poco en Sri Lanka, ya que estas marcas tienen un precio común a nivel internacional, y los sueldos aquí son bajísimos en relación a los que estamos acostumbrados en occidente, necesitando varios meses para poder costearse un móvil de ese tipo. Tuvieron que ir a otra ciudad a por el aparatejo. Pero tal fue ilusión que le hizo la venta al encargado de la tienda, que nos pidió una foto con él agarrando juntos la caja del móvil, al estilo de Florentino Pérez y Cristiano Ronaldo. Nosotros flipando. Móvil cingalés, con enchufe cingalés de tres clavijas... Volvimos hotel. Cenamos en el hotel. A descansar.

Pareja de delfines en Mirissa

Ballena en Mirissa

Playa de Talpe

Pescadores zancudos en Talpe

Día 9. Talpe.

Día de relax. Tras levantarnos sin despertador cuando nos dicta nuestro ritmo circadiano, decidimos dar un paseo por la playa.

Elegimos caminar hacia el este de la isla dejando el mar a nuestra derecha. Los pescadores, que al despertarnos se veían desde la habitación, han dejado sus palos hasta el atardecer. Caminamos varios kilómetros bordeando las palmeras y las piedras. En algunas partes tenemos que ir por el agua porque la marea, que está bajando, no nos deja margen. Amenizamos el paseo con la búsqueda de pequeñas conchas y caparazones de caracolas marinas poco habituales en nuestras costas, y que en Mirissa no encontramos, que acumulamos en buen número con cuidado de no escoger la casita de ninguno de los ermitaños, como recuerdo de nuestro paso por las costas de este cada vez más asombroso país. Nos cruzamos con un lugareño que vemos desde lejos cómo entra en el agua y carga grandes piedras y las mete en su casa. Al acercarnos nos saluda y nos explica que son los restos del coral que el tsunami destrozó hace 14 años. Y así seguimos hasta encontrar una playa con una especie de piscina natural donde no llegan las olas, que rompen en una barrera que la naturaleza ha formado con rocas metros adentro del agua. Tras un rápido chapuzón volvemos al hotel. Dejamos atrás una playa virgen digna de cuento, y al hombrecillo que seguía llevando corales a su parcela.

Hemos decidido ir a Unawatuna, que está a unos 10 minutos hacia el oeste, para comer, y de paso buscar un lugar para darnos un masaje ayurvédico (es típico de Sri Lanka y tras varios intentos aún no hemos podido hacerlo) y también para preguntar si podemos hacer mañana snorkeling (no hemos traído la licencia de buceo).

Paramos nuestro tuctuc en la puerta del "Sanctuary Spa", recomendado en las redes. Otro acierto. Nos damos un masaje ayurvédico en un ambiente muy agradable durante noventa minutos (24 euros cada uno). El tratamiento ayurvédico es un proceso que intenta equilibrar los sistenas corporales mediante masaje, hierbas, yoga y dieta, y se usa en Sri Lanka desde hace más de 2500 años. Es muy típico y por toda la isla hay lugares donde ofrecen estos masajes.

Tras el ansiado y tonificante momento ayurveda buscamos una empresa de actividades acuáticas cercana. Nos dice el chico que tenemos posibilidad de hacer snorkeling al día siguiente, pero que si queremos bucear no importa que no llevemos la licencia. Reservamos hora a las 09.00h y ya decidiremos si hacemos una cosa u otra. Es tarde. Allí mismo nos paramos en un bar en la misma arena de la playa a comer, nosotros dos y un perro al que comprobamos que le encanta la pizza cuatro quesos y el cockteil de marisco.

Volvemos al hotel para pasar la sobremesa en la sala de juegos del hotel. Los dos solos durante un par de horas jugando al billar y a los dardos con una rica caipiriña y unas Lion Beers. Nuevo atardecer espectacular con fotos muy bonitas de los zancudos sobre el horizonte naranja.

Nos retiramos a la habitación, donde cenamos más tarde unos snacks (hemos comido tarde y el hambre se hace esperar). Un bonito día en la costa sur de Sri Lanka llega a su fin.

Calle de Unawatuna

Atardecer en Talpe

Día 10. Talpe.

Despertamos un nuevo día en el paraíso. Hemos decidido como colofón a este viaje bucear en las aguas de esta parte del Índico. Es una zona en la que con suerte se pueden ver tortugas marinas y es el único animal que nos queda por ver de los que nos propusimos.

Llegamos a Unawatuna. Esperamos a nuestro manager. Hacemos dos inmersiones de cuarenta minutos cada una hasta una profundidad máxima de 21 metros. Tenemos poca experiencia. Es la cuarta que hacemos. Al bajar por la cuerda la visibilidad parece poca. Bucear requiere una gran dosis de control y respeto a las normas de seguridad. Nos invade ese cosquilleo típico previo a la liberación de adrenalina. Algo de nervios. Pero al llegar al fondo, miras a tu alrededor y lo que ves hace que esos nervios desaparezcan, disfrutando de un panorama indescriptible. Lo que hay ahí abajo es sencillamente cautivador. Enormes peces de mil colores se cruzan delante tuya, corales que resistieron al tsunami resurgen de las rocas, de una de las cuales asoman unos largos bigotes que al seguirlos nos presentan a la langosta a la que pertenecen... Y en una piedra vecina, una gran tortuga marina descansa a salvo de los depredadores y nos saluda. Descubrimos la guarida de varios peces león e incluso un imponente pez napoleón pasa a unos 5 metros de nosotros, y muchos más que no conozco. Nubibranquios, estrellas de mar, pequeños peces de todos los colores que se mueven en grupos de decenas como si fuesen uno... simplemente inolvidable. Un privilegio estar allí.

Tras toda la mañana en el agua y una videollamada a la familia decidimos comer en un bar de playa comentando con euforia todo lo que habíamos contemplado, y comprobando si en las fotos y vídeos que casi a ciegas hice se podía rescatar algo para recordar esa visita al fondo marino de Sri Lanka.

Volvemos al hotel para tomar el sol en la piscina con otra lion beer y así descansar un rato. Tarde de relax. Busco más conchas. Estamos rendidos. Subimos a ducharnos y nos quedamos dormidos...

Buceo en Sri Lanka

Pescador al atardecer en Talpe

Pescador a contraluz al atardecer

Puesta de sol en Talpe

Día 11. Colombo.

Nuestra estancia en Sirlen Villa termina. Y nuestro recuerdo aquí será imborrable. Tras recoger las cosas y desayunar nos despedimos del personal del hotel, que nos pide una foto juntos. El dueño está ese día allí. Se acerca y nos invita al día siguiente a comer. Dice que vendrán amigos suyos de nuestro país y que hará una comida y que nos quedemos. Lástima que tenemos que coger el avión mañana y sería muy justo y arriesgado por la distancia hacer tantos kilómetros el mismo día del vuelo. Hubiera estado bien brindar con un Vega Sicilia según nos explicó.

Salimos dirección a Colombo, la capital de Sri Lanka. Nos separan unos 120 kilómetros, pero el tráfico es tan grande que tardamos unas 5 horas en llegar. Menos mal que no nos quedamos a la comida de hoy en el Sielen Villa. Hay una autopista desde Galle a Colombo, pero está prohibido circular por ella en tuctuc, por lo que tenemos que bordear toda la costa.

Dormiremos en Colombo para mañana salir en un viaje de 40 kilómetros hacia Negombo, donde recogimos y devolveremos a Stuti, a 12 kilómetros del aeropuerto.

A mitad del camino nos cae literalmente un monzón que dura una hora en la que conducir se convierte en una odisea. Paramos pero no escampa, así que continuamos más despacio porque no nos puede caer la noche.

Llegamos al hotel Fairway, en la gran urbe. Colombo es un puro (puro con "t" es más gráfico) caos en todos los sentidos y mires a donde mires. Y si no miras... también. Miles de vehículos y personas se cruzan en todas direcciones sin ningún tipo de orden lógico. Contaminación. Más caos. Hay más nivel económico en esta zona. No es una ciudad bonita y no pararíamos en ella si no fuese el puente para llegar al aeropuerto y parada antes de llegar a Negombo.

Puede visitarse el enorme y también caótico mercado de Pettah, donde se vende absolutamente de todo. También está el templo budista de Gangaramaya y las vistas del atardecer en el Face Green junto a la playa. Estas son las cosas que queremos hacer pero está lloviendo mucho y es poco práctico salir así. Intentamos visitar el mercado pero el agua, el bullicio y el cansancio que llevamos encima nos hacen desistir. Sólo compramos una tarjeta SIM nueva porque las otras las hemos gastamos con tanto Google Maps.

Volvemos al hotel. Decidimos coger un tuctuc diferente (Stuti debe guardar reposo) para ir a comer al Table One, uno de los restaurantes mejor valorados de la ciudad. Paramos a un Srilankan Tuctuc Driver (taxista de tuctuc). Y nos toca el más loco de este hemisferio terrestre. Tiene el tuctuc tuneado, con unos altavoces que pobe a todo volumen y se pone a vantar y a bailar... nosotros a cuadros. Carcajadas y más carcajadas. El tío nos lleva a donde le parece, tiendas de recuerdos, de zafiros, a casa de un amigo... y al final por fin al restaurante. Le pedimos que vuelva después a por nosotros. Está como una chota pero es el que tenemos y le hemos cogido cariño. La cena espectacular. Y al acabar allí está el tuctucman esperandonos llamándonos a voces... vuelta al hotel.

Parada para comprar un faro de repuesto para Stuti

Día 12. Colombo- España

Nos despertamos en nuestro último día en Sri Lanka. Organizamos nuestras dos mochilas y otra extra que compramos en Nuwara Eliya para guardar las compras.

Salimos rumbo a Negombo. Esta parte es de predominio católico, cruzándonos con varias iglesias en el camino. Negombo nos impresiona de ciudad con encanto, lejos del bullicio de la capital, con un importante puerto repleto de barcos y unas pintorescas calles.

Durante el camino hacemos una parada para arreglar el piloto trasero izquierdo de Stuti, que en alguna parte de nuestro recorrido se ha partido. Nos paramos en una tienda a comprar la pieza y sin pedir nada a nadie dos mecánicos aparecen montando un taller improvisado y arreglando durante media hora nuestro tuctuc, sin querer cobrar nada por ello a pesar de nuestra insistencia, respondiéndonos que en Sri Lanka la ayuda no se cobra, haciéndonos ver que las únicas sanguijuelas de este rincón del mundo las dejamos cerca de las vías del tren a Ella. Una vez más hospitalidad sin límites.

En unas dos horas llegamos a Alma Tour, la empresa en la que alquilamos a Stuti. Allí nos espera Antón Fernando, el dueño, que nos devuelve la fianza de 100 euros del tuctuc y nos pide uns fotografía con él y con Stuti para su página de Facebook. Antón nos consigue transporte gratuíto al aeropuerto. Hurra por Antón!! Recomendamos sin duda alquilar el tuctuc en esta empresa.

 

En resumen...

Nuestra aventura ha llegado a su fin. Sri Lanka es un país encantador. Recorrerlo con nuestro propio tuctuc nos ha brindado la posibilidad de conocer sus rincones, de mezclarnos más con su gente y de hacerlo de una manera mucho más auténtica. Es una isla espectacular. Una pura selva en el 80% de su extensión que el ser humano ha tomado prestada para construir su espacio. Se palpa el caos asiático, que mezclado con la encantadora hospitalidad de su gente sitúan a este país a la cabeza de los más acogedores que hemos visitado, con el permiso de la inolvidable Myanmar.

Hemos conocido sus caminos más recónditos, que nos han llevado por parajes de ensueño, sus aldeas con el movimiento de su gente, sus ciudades antiguas que salpican de cautivadora historia el centro de la isla con la eterna Polarannuwa, sus ríos y sus cascadas, sus escarpadas cumbres, que nos han permitido contemplar su belleza desde lo más alto, con su roca de Sigiriya y la subida a Ella's Rock.

Hemos vibrado con el traqueteo de la columna vertebral de sus raíles que nos han llevado sin dejarnos parpadear entre las montañas, los acantilados y los campos de té hasta Nuwara Eliya, muy cerca de las nubes. Nos han enamorado sus hileras infinitas de montañas tupidas de mil verdes. Tissa nos prestó uno de sus árboles para dormir más cerca de los pájaros. El Parque Nacional de Yala nos ha mostrado su naturaleza más salvaje entre búfalos, cocodrilos, monos, elefantes, aves y el resto de su variada fauna. La adolescente Mirissa, con su incesante movimiento, nos mostró su ballena azul y nos guió hacia el paraíso de Talpe, donde el Índico esconde su lado más puro con mágicos atardeceres naranjas custodiados por las sombras de los pescadores zancudos.

Hemos conocido el impactante fondo marino donde peces león y tortugas conviven entre corales y un sinfín de vida que sólo contemplan unos pocos.

Nos hemos relajado con su tradición ayurvédica de más de 25 siglos de historia.

Hemos cantado y reído a carcajadas con la sana locura de nuestro amigo del tuctuc haciendo más llevadero el asiático caos de Colombo.

Hemos comprobado que la pacífica convivencia entre musulmanes, budistas, hindúes y cristianos es posible y enriquecedora...

En definitiva, hemos tenido la inmensa fortuna de conocer una Sri Lanka que se nos ha abierto como no esperábamos, llenando de ilusión cada uno de nuestro pasos, colmando de exquisita esencia el frasco de nuestros recuerdos y haciendo de nuestra mente el escenario ideal para dibujar el mundo que hace siglos Marco Polo describió como el paraíso más bello que jamás había pisado.

Comentarios

10.11.2018 20:08

Rafa

Gracias por haberme hecho pasar un tarde de sábado deliciosa, viviendo una aventura maravillosa a bordo de vuestro “Stuti”